La utilidad del conocimiento inútil

En octubre de 1939, la revista Harper’s publicaba un artículo de Abraham Flexner. Ese texto escrito hace 80 años es aún hoy venerado. Su lectura es obligada para quién quiera comprender como avanza el conocimiento humano y la tecnología (y, en consecuencia, la economía). Su título: La utilidad del conocimiento inútil. Varias páginas sintetizadas en unas pocas y bellas palabras.

Abraham Flexner había nacido en 1866. En el momento álgido de la Gran Depresión y en el período entre guerras, fue decisivo en el impulso del Institute for Advanced Study de Princeton, del cual fue su primer director. Ese Instituto se creó en 1930 para dar apoyo a la investigación fundamental en ciencias y humanidades. Además, el centro surgía cuando en Europa el fascismo se extendía. Con ello, se convirtió en un salvavidas para académicos europeos migrados a los Estados Unidos. Llegaron allí genios como Hermann Weyl, John von Neumann, Albert Einstein, Kurt Gödel o Wolfgang Pauli.

Poco a poco, el Instituto se convirtió en uno de los principales centros de investigación teórica e intelectual del planeta. Aún hoy se organiza en cuatro Escuelas: Estudios Históricos, Matemáticas, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales. Cada año llegan allí unos 200 miembros visitantes, que vienen de universidades e instituciones de investigación de todo el mundo. Treinta y cinco premios Nobel en física, medicina, literatura, química y economía han sido profesores, miembros o visitantes del Instituto. Otros países han replicado ese mismo modelo y existe una asociación internacional de centros similares a Princeton, con sus mismos principios y modelo de funcionamiento. La asociación tiene forma de consorcio y recibe el nombre de Some Institutes for Advanced Study (SIAS). La forman 10 institutos. De ellos, cuatro están en Estados Unidos. Los seis restantes se hallan en Alemania, Francia, Suecia, Israel, Sudáfrica y Holanda.

Volviendo a Princeton y a su Instituto, la página web de la institución es un compendio de pasado, presente y futuro del conocimiento humano. Cuando estoy escribiendo este post, en la web puedo escuchar a la astrofísica Shany Danieli hablando de su viaje para entender la materia oscura, eso que constituye el 80% de la masa total del universo y de la que tan poco conocemos. O puedo leer también allí como Nathan Seiberg explica que las matemáticas ayudarán a completar la teoría física definitiva.

Voy acercándome al elemento central de este post: El Institute for Advanced Study defiende la investigación básica impulsada por la curiosidad. Investigación por curiosidad…. ¡vaya idea! ¿No hablo yo siempre aquí de la aplicación de la Ciencia, de transferencia de la investigación, de relación Universidad – Empresa? ¿Qué ocurre?

Cita de Abraham Flexner, obtenida de idlehearts.com

El ensayo de Flexner decía que esa es la gran paradoja de la investigación científica: La búsqueda de respuestas a preguntas profundas, motivada únicamente por la curiosidad y sin preocuparse por las aplicaciones, conduce no solo a los mayores descubrimientos científicos sino también a los avances tecnológicos más revolucionarios. ¡La ciencia sin objetivos genera (la principal) actividad económica!

Desde la visión actual, esa relación entre esa Ciencia fundamental y libre y el Desarrollo Económico sigue siendo válida. Mejor dicho, esa premisa es hoy aún más evidente, dado el constante avance del volumen y la complejidad del conocimiento humano. De hecho, el sistema de investigación planetario actual se basa totalmente en esa dualidad (búsqueda por curiosidad y aplicación del saber) que parecía ser de difícil conciliación en aquellos momentos de la historia (y repito lo tantas veces dicho: el mejor ejemplo de ese doble objetivo de la investigación actual han sido las vacunas). Por todo ello, Flexner merece ser releído. Los más de ochenta años que han pasado desde su escrito han mostrado que tenía razón. Su ensayo permite pues defender la ciencia de carácter fundamental, permanentemente cuestionada. Paso pues a describir algunas de sus ideas.

Cita de Flexner, obtenida de azquotes.com

Flexner afirmaba cosas como las siguientes (aunque lo expreso en primera persona, como si fuese Flexner quién habla, las frases no son literales, ya que he tenido que recortar y adaptar por cuestión de espacio):

Tuve una conversación con el Sr. George Eastman. El Sr. Eastman, un hombre sabio y gentil, me había dicho que tenía la intención de dedicar su vasta fortuna a la promoción de la educación en materias útiles. Me aventuré a preguntarle a quién consideraba el científico más útil del mundo. Me respondió instantáneamente: “Marconi”.

Lo sorprendí diciendo: Sea cual sea el placer que obtengamos de la radio o lo que sea que la radio y las ondas hayan añadido a la vida humana, la parte de Marconi fue prácticamente insignificante.

Me pidió que le explicara. Le respondí que Marconi era inevitable. El verdadero mérito de todo lo que se ha hecho en el campo de la radio pertenece (en la medida en que tal mérito fundamental puede asignarse a cualquiera), al profesor Clerk Maxwell, que en 1865 realizó estudios y cálculos en el campo del magnetismo y la electricidad.

Otros descubrimientos complementaron el trabajo teórico de Maxwell durante los siguientes quince años. Finalmente, en 1887 y 1888, el problema científico que aún quedaba por resolver (la detección y demostración de las ondas electromagnéticas que son portadoras de señales inalámbricas) fue resuelto por Heinrich Hertz, un trabajador del laboratorio de Hermann von Helmholtz en Berlín.

Ni Maxwell ni Hertz se preocuparon por la utilidad de su trabajo; ningún pensamiento de este tipo entró en sus mentes. No tenían ningún objetivo práctico. El inventor en el sentido legal era, por supuesto, Marconi, pero ¿qué inventó Marconi? Sólo el último detalle técnico, sobre todo el ya obsoleto dispositivo receptor llamado Cohesor, casi universalmente descartado.

Hertz y Maxwell no pudieron inventar nada, pero fue su inútil trabajo teórico el que fue aprovechado por un ingenioso técnico y que ha creado nuevos medios de comunicación, utilidad y diversión. Los hombres cuyos méritos son relativamente escasos han obtenido fama y ganado millones.

¿Quiénes eran los hombres útiles? No Marconi, sino Maxwell y Heinrich Hertz. Hertz y Maxwell eran genios sin pensar en el uso. Marconi era un inventor inteligente sin pensar más que en el uso.

La mención del nombre de Hertz recordó al Sr. Eastman las ondas hertzianas, y le sugerí que preguntara a los físicos de la Universidad de Rochester qué habían hecho exactamente Hertz y Maxwell. Pero le dije que podía estar seguro de que habían hecho su trabajo sin pensar en la utilidad y que a lo largo de toda la historia de la ciencia la mayoría de los grandes descubrimientos que finalmente habían demostrado ser beneficiosos para la humanidad habían sido hechos por hombres y mujeres que no se dejaban llevar por el deseo de ser útiles sino simplemente por el deseo de satisfacer su curiosidad.

“¿Curiosidad?” preguntó el Sr. Eastman. “Sí”, respondí, “la curiosidad, que podrá o no traducirse en algo útil, es probablemente la característica más destacada del pensamiento moderno. No es un rasgo nuevo. Se remonta a Galileo, Bacon, y a Sir Isaac Newton, y debe ser absolutamente libre.

Se decía que, en los últimos años del siglo XIX, Heinrich Hertz trabajaba absorto en sus intereses, silenciosamente y sin ser notado, en un rincón del laboratorio de Hermann von Helmholtz. Ello mismo puede decirse de todos los científicos y matemáticos.

Hablemos de la invención de uso práctico más inmediato y de mayor alcance: la electricidad. Vivimos en un mundo que estaría indefenso sin electricidad. Pero, ¿quién hizo los descubrimientos fundamentales que han sustentado el desarrollo eléctrico durante más de cien años? La respuesta la encontramos en las investigaciones de Oersted, Ampere, Wollaston y Faraday. Los primeros descubrimientos de este último llevaron a la infinidad de aplicaciones prácticas mediante las cuales la electricidad aumentó las oportunidades de la vida moderna.

En ningún momento de su inigualable carrera Faraday se interesó por la utilidad. Estaba absorto en desenredar los enigmas del universo, al principio enigmas químicos; más tarde, enigmas físicos. Nunca se planteó la utilidad. Cualquier sospecha de utilidad habría restringido su inquieta curiosidad. Al final, la utilidad resultó, pero nunca fue un criterio al que pudiera someterse su incesante experimentación.

Vayamos hacia las matemáticas. El trabajo más profundo de los siglos XVIII y XIX fue la Geometría no euclidiana de Gauss. Sin ese trabajo, la propia teoría de la relatividad, con todos sus infinitos aspectos prácticos, habría sido totalmente imposible.

La teoría de grupos, una teoría matemática abstracta e inaplicable, fue desarrollada por hombres curiosos, cuya curiosidad y búsqueda los llevó por caminos extraños. Pero la teoría de grupos es la base de la teoría cuántica de la espectroscopia, usada diariamente.

Esto se repite en todos los ámbitos. Con sus estudios, Paul Ehrlich, a finales de siglo XIX en la Universidad de Estrasburgo, solo quería saber. Pero su saber fue la base de un nuevo ámbito, la ciencia de la bacteriología, que establecieron Koch y otros investigadores. Todo el desperdicio que podría resumirse en el desarrollo de la ciencia de la bacteriología no es nada comparado con las ventajas que se han acumulado de los descubrimientos de Pasteur, Koch, Ehrlich, Theobald Smith, y otras muchas ventajas que nunca podrían haberse acumulado si la idea de un posible uso hubiera penetrado en sus mentes.

No estoy sugiriendo que todo lo que sucede en los laboratorios se convierta en un uso práctico inesperado o que un uso práctico final sea su justificación real. Estoy, más bien, abogando por la abolición de la palabra “uso” y por la liberación del espíritu humano. Debemos desperdiciar algunos preciosos dólares. Ese desperdicio permite eliminar los grilletes de la mente humana y desarrollar aventuras que llevan a miles de resultados prácticos.

Y no todos los científicos trabajan (sólo) por curiosidad. El conocimiento se acumula y llega un momento en que una aplicación está lista para surgir. Con la rápida acumulación de conocimientos “inútiles” o teóricos se ha creado una situación en la que cada vez es más posible atacar los problemas prácticos con un espíritu científico.

Marconi, un inventor, “escogió los cerebros de otros hombres”. Los descubrimientos de la insulina de Banting para la diabetes y del extracto de hígado de Minot y Whipple para la anemia perniciosa pertenecen a la misma categoría: ambos fueron hechos por hombres completamente científicos, que se dieron cuenta de que muchos conocimientos “inútiles” habían sido acumulados por hombres despreocupados por su orientación práctica, pero que había llegado el momento de plantear cuestiones prácticas de manera científica.

Por ese carácter acumulativo, hay que ser cauteloso en atribuir el descubrimiento científico a cualquier persona. Casi todos los descubrimientos tienen una larga y precaria historia. Alguien encuentra un poco aquí, otro poco allá. Un tercer paso tiene éxito más tarde y así sucesivamente hasta que un genio junta los pedazos y hace la contribución decisiva. La ciencia, como el Misisipí, comienza en un pequeño riachuelo en el bosque lejano.

Flexner decía muchas más cosas en su ensayo. Decía que la justificación de la libertad espiritual implica tolerancia, en todos sus aspectos y afirmaba que el verdadero enemigo de la raza humana no es el intrépido e irresponsable pensador. Lo es quién trata de moldear el espíritu humano para que no se atreva a desplegar sus alas.  

6 Replies to “La utilidad del conocimiento inútil”

  1. Moltes gràcies per compartir-lo, a vegades costa explicar aquestes coses que tots donem per sabudes i que veus que no ho són.

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